Fernando Osorio Zumarán
De niño solía dibujar a los héroes de las tiras cómicas, Supermán, Tarzán, vaqueros del lejano oeste; los personajes de las tiras cómicas, el Ratón Miguelito, Tribilín, el Conejo de la Suerte, y otros por el estilo. También solía dibujar jugadores de fútbol en la cancha, con sus uniformes distintivos, caballeros andantes en sus castillos con puentes colgantes, dinosaurios, y otras imágenes que impresionaban y estimulaban mi imaginación infantil. Otros temas que cautivaban mi alma de artista eran los mapas; gozaba enormemente dibujando y coloreando mapas diversos, los departamentos y provincias del Perú. Esta actividad creo que hizo de Geografía uno de mis cursos preferidos. Y para concluir con los temas de mi quehacer artístico durante mi niñez, no debo dejar de mencionar que—a escondidas—también hacía caricaturas de mis profesores mientras estos impartían clase.
Aunque posteriormente durante la adolescencia seguí dibujando paisajes, bodegones, y personajes en escenas bucólicas, mis temas fueron cambiando al descubrir el arte moderno en el último año de secundaria. Pintores como Kandinsky, Miró, Mondrian, y Picasso entre otros causaron una revolución en mi manera de percibir la belleza y el arte. Descubrí a través de sus obras que el arte no tiene necesariamente que representar objetos conocidos de la naturaleza, sino que los elementos que figuran en un cuadro tienen un valor estético en sí mismos. Es decir una línea no es bella porque representa un árbol o el horizonte, sino que es bella por sí misma; el color azul no es bello porque representa el cielo, sino que es bello simplemente por ser azul; y así sucesivamente. A raíz de ese descubrimiento empecé a llenar con diseños al estilo de Mondrian, Kandinsky y Miró los márgenes de mi libro del curso de Artes Plásticas escrito por Juan Villacorta. Esos diseños, si bien influenciados por estos artistas, fluían de manera natural de lo más profundo de mi ser. Me llegué a identificar con el arte de estos maestros y a sentirme parte de un clan que se comunicaba por medio de símbolos, líneas, formas, y colores.
Más adelante, después de concluir mi carrera de ingeniero y trabajar como profesor en la Universidad del Pacífico en Lima, me matriculé en la entonces Escuela de Arte de la Universidad Católica para abrazar mi pasión pospuesta. Ahí estudié un par de años y luego empecé a exponer en galerías y a participar en la vida cultural en la ciudad capital desde los inicios de los años 80. Abracé la abstracción como estilo predominante en mi quehacer artístico y una de las preguntas que más veces he escuchado, en referencia a esta corriente de arte en general y a mi pintura en particular, es la siguiente: “¿y qué significa?” Recuerdo que mi padre, ingeniero de profesión, solía hacerme esta pregunta y de paso sugerirme que pintase cuadros costumbristas. Debo confesar que inicialmente la pregunta me molestaba, no podía entender por qué la gente preguntaba esto, algo que para mí era tan evidente y natural, algo que no requería de interpretación sino solamente de apertura mental y sensibilidad. Me decía a mí mismo, el arte es la prolongación de mi ser, por consiguiente cada obra es lo que soy, en cada cuadro estoy yo mismo dispuesto mediante líneas, símbolos y colores. La pregunta siempre me ha perseguido, mas ahora la acepto como pertinente y válida, y por tanto merece ser contestada.
La respuesta no es fácil, pero trataré de aproximarme a ella. En primer lugar debo decir que hace ya más de un siglo, el arte se liberó de la necesidad de representar la naturaleza u otros objetos formales. En segundo lugar permítaseme responder con otra pregunta, ¿por qué cuando estamos frente a una puesta de sol o contemplamos la belleza de una flor no decimos “¿y qué significa?”. Simplemente nos entregamos al momento, y nos abandonamos a la experiencia de percibir el paisaje o la flor. De esta manera nos hacemos uno con el objeto de nuestra contemplación, nos fundimos con él. En ese momento ocurre la disolución de la ilusión de separación entre sujeto (el observador) y objeto (lo observado). A esa experiencia es lo que denomino experiencia estética. Esta actitud y experiencia de fusión entre el espectador y la obra de arte es la que propugno y propongo al observar una obra de arte, especialmente de arte moderno. Propongo una postura contemplativa en la que no analicemos el arte racionalmente, sino de una manera holística, integral, haciendo participar no solamente nuestro intelecto sino también nuestras emociones, y por qué no decirlo, nuestra alma; similarmente a la manera como nos entregamos a una puesta de sol o a una flor.
Otra manera de responder sería mediante el símil con la música. Cuando escuchamos música no nos preguntamos qué significa, más bien nos dejamos envolver por el flujo de sonidos, nos entregamos a la experiencia de escuchar, nos hacemos uno con la energía que emana de los instrumentos. Si descomponemos la música en sus elementos, encontramos que la causa de nuestro goce estético radica en la apreciación de sus componentes: melodía, armonía, y ritmo. La organización balanceada de estos elementos es lo que hace que determinada pieza musical la consideremos bella. Igualmente ocurre con el arte abstracto, al estar frente una obra de arte podemos observar si existe organización, balance, armonía y ritmo entre los elementos que la constituyen, a saber: composición, línea, forma, valor, color, y textura. Si intuimos que existe armonía y balance entre los distintos elementos, y además hay una cierta emanación vital en el cuadro, podremos afirmar que estamos frente a una verdadera obra de arte. Aún más o tan importante como esto último es que podremos ser partícipes de la experiencia estética.
Es posible afirmar que en todo arte, sea éste figurativo o no figurativo, hay cierto nivel de abstracción. Podríamos afirmar que una caricatura, el diseño industrial, la representación de un paisaje, o la geometría de los cuadro de Klee poseen intrínsecamente un grado de abstracción. Por tanto, los personajes de las tiras cómicas que dibujaba en la infancia, las escenas bucólicas durante la adolescencia, y mi posterior adhesión a la abstracción pictórica han sido parte de una misma intención, la de expresar mi visión estética de la vida y el mundo. Y por visión estética del mundo entiendo la conceptualización de la vida y del universo como una unidad de verdad y belleza—de la cual todos los seres humanos somos parte. Así mismo, concibo la percepción del mundo exterior y de las obras de arte como aquella experiencia en la que se disuelven la barreras de separación entre sujeto observador y objeto observado; esto no es otra cosa que la experiencia de la belleza o de manera más general, la experiencia estética.