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martes, noviembre 12, 2024

Perfectos

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Por: Fernan D’Osorio

Yo había leído y escuchado repetir a Louis Hay en sus libros y cassettes:

En la infinitud de la vida, donde estoy,

todo es perfecto, completo y entero.

La autora también alude a la perfección de los bebés. Y menciona que pareciera que estos seres tan pequeños y frágiles supieran que son perfectos y actuaran en concordancia con este hecho; mas posteriormente, al crecer, dicha certeza se diluyera, y tanto la autoestima como la confianza personal decrecerían.

Por otro lado, siempre ha anidado en mi mente la sentencia de Jesús de Nazaret, “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Declaración en la que parece reclamar la condición de perfección como una cualidad que nos pertenece y a la cual estamos destinados.

En ambos casos, estas ideas las encontré enarboladas por personajes distantes en el espacio y el tiempo, Louise Hay y Jesús. Nunca había encontrado a una persona de carne y hueso en mi entorno que sustentara estas proposiciones y que las hubiera incorporado en su diario quehacer y manera de moverse en el mundo. Hasta que conocí a César Ferradas en Trujillo en los años 90. Trabajamos juntos en un hacer realidad el sueño de una universidad que realmente tuviera el carácter de universalidad que este nombre conlleva. César solía decir con una naturalidad digna de asombro, “nosotros somos perfectos”, irradiando confianza y seguridad contundentes. Esto me impactó enormemente.

Yo en esa época, a pesar de mis lecturas y esporádicas prácticas espirituales, entendía de manera parcial lo que mi compañero de trabajo y amigo planteaba. Reconozco que por momentos dudaba y pensaba que se trataba de un exceso de autoestima y confianza en sí mismo. Nunca le pregunté qué realmente quería decir con tal afirmación. Pero ésta ha permanecido en mi pensamiento desde esos años. Y en la actualidad me atrevería a decir que ahora la entiendo mejor. Aquí trataré de precisar algunos aspectos sobre este asunto.

Se le puede atribuir el carácter de perfecto a todo aquello que (1) en su categoría es completo, acabado; (2) está libre de defectos; y (3) se realiza en el logro de su finalidad. Por ejemplo, una mosca es perfecta, pues cumple con estas tres condiciones. Lo mismo podemos decir de un pez, un roble, del sol, y de la lluvia. Todo en la naturaleza es perfecto, por tanto podemos inferir que todo en el universo es perfecto.

Desde un punto de vista trascendental, la realidad física es una manifestación de la conciencia universal—que es infinita, perfecta, omnipotente, y omnipresente. El universo y la naturaleza son manifestaciones de esa fuerza divina. El ser humano, por ser parte integrante de la naturaleza también goza de esta propiedad.

Se podría argumentar que el hombre está lleno de defectos, que no cumple con las condiciones para definirlo como perfecto. Pero el hombre en su género y categoría, como la mosca y el roble en los suyos propios, es completo, acabado, carece de defectos, y es capaz de realizar su esencia. Mas, su verdadera naturaleza—que es amor— se encuentra velada por la ignorancia, oculta por el ego. Al decir ignorancia no me refiero a falta de información o de cultura, sino a una especie de ceguera o velo que le impide ver y entender la verdadera naturaleza de la realidad y de sí mismo. En el fondo, la esencia del ser humano es el amor, la bondad, y la belleza. En ese sentido somos perfectos.

El hombre es una modulación de la fuerza vital que crea y sostiene el universo. Es el microcosmos del macrocosmos. Posee las características de la fuente de la cual proviene, que es eterna, infinita, creadora, perfecta. Esa fuente no es otra cosa que la consciencia universal, que es nuestra verdadera naturaleza. Esa fuente es lo que Jesús llama el Padre y a la cual le atribuye la cualidad de la perfección. En otro pasaje bíblico, el gran maestro dice, “el Padre y yo somos uno”, queriendo significar con el término “el Padre” la consciencia universal, y al decir “yo” al ser humano en general. Por consiguiente la conciencia universal y el yo verdadero son una misma cosa. Nuestra esencia es la divinidad.

Por estas razones pienso ahora que entiendo mejor lo que César Ferradas quería expresar al decir, “nosotros somos perfectos”. Provenimos de una fuente que solamente pudo haber creado algo similar a sí misma, que ha hecho posible un universo—el cual con su multiplicidad de formas, refleja la riqueza y abundancia de la esencia de la cual proviene, y que además se regenera continuamente. Al resultado de esa creación le llamamos vida, la cual vista en su totalidad es perfecta. El hombre, como aspecto, manifestación o reverberación de la fuente creadora, guarda las características o cualidades de la matriz, entre ellas la perfección. Como es arriba es abajo. En otras palabras, somos perfectos por provenir de una fuente perfecta. No podría ser de otra forma. Ferradas tenía razón.

© Fernando Osorio Zumarán, 2020

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